Por: Victoria I. Tirro A. Psicogerontóloga. (UCAB/ U. Maimónides- Argentina). Miembro Activo de la Sociedad Venezolana de Psicología Positiva.
El título del presente artículo son palabras de Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel de Medicina, extraídas de su libro El Mundo visto a los 80 años y con ellas se pretende considerar una serie de ideas sobre la vejez en los tiempos actuales.
Los medios de comunicación insisten en la vulnerabilidad de niños y personas mayores ante el virus que se ha convertido en una pandemia a nivel mundial. La variedad de noticias llevan consigo ideas sesgadas y prejuicios, con elementos claramente condenatorios hacia aquellos que han tenido el privilegio de vivir un poco más y sobre ello vale reflexionar. Una sociedad actual que realza lo práctico, concede valor a lo novedoso, lo pasado se olvida y la historia que se borra suele adolecer de empatía hacia el mayor. Prevalece la necesidad de mejoras económicas y la reducción de gastos por atención a una población altamente vulnerable.
Resulta fundamental precisar ciertos lineamientos gerontológicos que impidan siga corriendo como pólvora la justificación de la muerte en esta etapa de la vida, como razón justa y necesaria para el que ya ha vivido mucho o para el supuesto bien de la población mundial.
A nivel comunicacional, es evidente la variedad de mensajes que se hacen sobre la vejez, con una alta carga peyorativa en algunos casos y con las cuales tiene que lidiar la persona en la interacción diaria. Pareciera existir un discurso explícito de solidaridad, con un mensaje implícito de renuncia y marginalidad.
La vejez, para muchas personas es una etapa compleja por los constantes ajustes a la que deben someterse desde lo físico, social y emocional; así como el temor que todo esto le genera. La fragilidad e indefensión que los adultos pueden experimentar ante la pandemia actual viene dada por aspectos clínicos, emocionales y sociales que se combinan hasta llevar a un estado de dependencia, si no se recibe la atención adecuada. La escasez de recursos aunados a pocos profesionales de la salud formados en el área da paso a la asistencia reducida y precaria de la población mayor.
La relación edad-enfermedad debería ser justamente valorada e informada, siendo imprudente, injusto e irresponsable incorporar a todos los mayores de 60 años como destinatarios de enfermedades, sin hacer la salvedad del estado premórbido que puede aumentar las probabilidades de riesgo. En tales casos, se debe apuntalar al manejo de la enfermedad y no a la culpa de los años.
Leemos continuamente casos de adultos que han sido contagiados y la sensación de vulnerabilidad en los de edad avanzada es una inquietud global. Las recientes declaraciones del escritor Noah Gordon, con 93 años así lo confirman: “esta pandemia está tratando de matarme a mí y a las personas que amo”, reafirmando con una frase crucial el derecho a la vida: “todos merecemos sobrevivir”. El equilibrio se obtiene si se dan paso a noticias que hablen a favor de la resistencia del cuerpo envejecido en personas muy longevas que han superado el virus y por ende, resultan buenas noticias en materia de vejez.
Sin duda, Venezuela es una sociedad débilmente educada en el tema y adolece de una preparación profesional adecuada. Hace mucho tiempo atrás, fue pionera en el desarrollo geriátrico y gerontológico a través de un instituto especializado, así como en modelos andragógicos que invitaban a la participación activa de sus adultos, a través de la Universidad de la tercera edad. Dichas entidades eran propuestas de avanzada, en una sociedad poco preparada.
El reto no solo es estimular la resistencia física ante una enfermedad sino la templanza necesaria para evitar la ruina moral y psíquica que se puede experimentar cuando el otro (o usted mismo) siente que todo está perdido. La persona mayor si se familiariza con lo esperado o no por la edad, puede actuar de forma más determinante en su vida.
Tener más años no implica una condena de muerte, sino la oportunidad de liberarse de las presiones sociales presentes en las etapas más tempranas. Una persona sin una adecuada contención emocional, apoyo de los familiares, vecinos, amistades, puede sucumbir a los escenarios apocalípticos que plantean las otras generaciones.
La familia cumple una función primordial, siempre que los mensajes sean congruentes entre los buenos deseos hacia su adulto y las acciones a seguir. La sabiduría que otorgan los años les permite constatar la brecha existente entre las palabras y los hechos.
La noción de finitud está clara en la medida que se avanza en edad, por ello, las personas suelen y deben ser más selectivas en sus gustos, intereses, amistades. La vida se va diseñando de forma creativa, con sus propios recursos materiales y personales; resignificar la existencia, el por qué y el para qué como un acto gallardo de independencia y autonomía aún en los escenarios más críticos por lo que se pueda transitar.
Es justo abogar por el derecho a la vida de las personas mayores, sin una noción intrínseca de minusvalía y renuncia para que otros, más jóvenes, prosperen y florezcan. Si bien, puede ser ley de vida que los más “viejos” mueran primero, no es de una forma coercitiva o prejuiciosa como deben ser tratados. Cada quien tiene su espacio y función social, más allá de la edad que se tenga. El hombre, en sí mismo, no tiene fecha de caducidad.